miércoles, 10 de agosto de 2011

Un extraño juego.

En la ciudad de las distancias el tiempo no apremia, la vejez llega cuando ha de llegar, no por ser más grande se ha de conocerlo todo, el ser parte de una muchedumbre me hace pensar en lo diminuto que se puede ser.

Visito la ciudad de las distancias y noto aún más que si alguien vuela en esta vida, si alguien puede recorrerlo todo, si alguien puede acabarlo todo, ese será siempre el tiempo, ese será siempre el transcurrir del movimiento sobre lo estático. Las personas estaremos siempre atoradas en el espacio, mientras que el simple transcurrir del tiempo sacude a cada uno.

En la ciudad de las distancias descubro que todo puede pasar más rápido, el tiempo hace un juego diferente, el tiempo olvida la aburrición y hace creer a todos que podrán alcanzarle, hace creer que un día alguien podrá andar en su paso; y en el momento menos pensado muestra que es él quien siempre ha de ganar.

He visitado este lugar de las distancias, he jugado con el tiempo y con la muerte. Me he encontrado la cara del miedo vagando por las calles, he visto el terror en una misma persona, he encontrado a la mujer de las pesadillas; la he escuchado hablar y la he mirado a los ojos; sus labios se desbarataban al pronunciar extrañas palabras; me ha mostrado su juguete más querido.

He descubierto como el miedo puede paralizar al tiempo, he descubierto este extraño juego.

Veamos juntos por la ventana y olvidaremos que estamos dentro.














Pasamos días y días con esos seres a quienes amamos, estamos tan cerca y a la vez tan lejos, ni el compartir un techo nos permite conocernos... compartimos casa, nuestra sangre; hemos partido de un mismo sitio, hemos habitado la misma casa, con algunos hasta el mismo vientre... pero nada de esto ha permitido que nos conozcamos, nada de esto ha permitido que nos abracemos cuando mucho lo hemos necesitado...

Hemos cometido el error de que cualquier extraño atraviese los lazos frágiles que nos han unido, nos ha faltado valor para defendernos como parte de "los nuestros", nos ha faltado coraje para luchar contra los monstruos de la vida, nos ha faltado cruzar las miradas y reconocernos con aquellos rasgos de identidad.

Hemos tenido miedo a cruzar nuestras miradas porque hay temor a vernos a nosotros mismos, hay temor a ver nuestro interior, sacar todas aquellas cosas que hay en nuestra casa; los recuerdos de las fotos, los juguetes de las cajas, la ropa vieja, y cada uno de los objetos que han significado algo, que han sido usados y quedados en el olvido.

Pareciera que preferimos olvidar, preferimos ver hacia afuera, siempre por la ventana, nunca a los ojos.